Había una vez un caballo que no sabía relinchar.
Cuando quería hacerlo,
emitía los sonidos más extraños en boca de un caballo.
Algunos uuuh, varios ¡cuac!, pero de ningún modo un relincho,
Se quedaba con el ánimo por el suelo. Qué humillación.
propósito, y aunque Pepino quería complacerlos, nunca le salía
un relincho.
Todos reían a carcajadas. Pepino bajaba la testuz, muy
afligido, y su dueño, enojado, le clavaba las espuelas y lo devolvía al
establo.
Una tarde, en la que se creía solo y con esfuerzos inútiles
probaba a relinchar como los demás caballos, unos chicos pegaron la oreja a la
puerta del establo.
Cuac, cuac, uuuuh, oyeron, y se doblaron de risa. —¡Cuac,
cuac! ¡Eres un pato, no un caballo!
—gritaron, mientras aparecían todos juntos en el vano de la
puerta.
Brincaban de diversión. Él hubiera podido agarrarlos a
coces, pero era incapaz de pegarle a nadie, y los chicos lo sabían. Uno se
acercó, le tocó el anca y gritó:
—¡Tiene plumas! ¡Es un pato! Pepino empujó a los chicos,
cuidando sin embargo de no lastimar a ninguno, y huyó al galope con lágrimas en
los ojos.
Atravesó las calles del pueblo, saltó una pequeña loma, y se
dirigió a campo abierto. Por suerte, en el camino no encontró a nadie.
Sólo se cruzó con un caballo blanco que llevaba a pasear a
una hormiga negra en el lomo.
El caballo blanco relinchó al verlo y se detuvo.
Pepino le preguntó:
—¿Cómo haces?
—¿Cómo hago qué?
—Relinchar.
—Él no sabe —terció la hormiga negra señalando
a Pepino con una pata.
—¿No sabes? —preguntó el caballo blanco lleno de asombro—.
Es muy fácil. Yo ni lo pienso. Abro la boca y ya está.
Y en demostración abrió la boca mostrando sus grandes
dientes, corcoveó y lanzó un alegre relincho.
—El corcoveo —preguntó Pepino después de un instante— ¿es
necesario? —Ayuda —dijo el caballo blanco y siguió su camino mientras la
hormiga negra se despedía de Pepino agitando un pañuelito.
Alentado con la información que había obtenido, Pepino
galopó por el campo hasta un lugar que le gustó, con un árbol y una aguada.
Se detuvo bajo el árbol no observó que en las ramas más
altas se encontraba una lechuza.
Sólo vio unas vacas distantes que dormían las siestas
acostadas a la sombra.
Esta vez lograría el relincho, pensó Pepino. La gente lo
ponía nervioso, siempre esperando que metiera la pata, que soltara un cuac o un
hum.
Pero ahora, en soledad y a campo abierto... ¿Cómo era? Abrir la boca, mostrar los dientes y lanzar el relincho Así de fácil.
Decidido, esperanzado, Pepino abrió la boca. ¡Qué decepción terrible! Lanzó un mugido.
Las vacas que dormían la siesta, se despertaron, levantaron las cabezas y le contestaron: muuu, muuu...